En la actualidad, diversos informes concuerdan en que entre 6 y 7 de cada 10 relaciones de pareja se interrumpen de manera irreversible. Por otra parte, el porcentaje de divorcios y separaciones está siguiendo una línea ascendente a lo largo de los últimos veinte años, tanto en España como en otros países europeos.
Sin embargo, lejos de constituir una mejora en la calidad de vida de ninguna de las partes, la mayoría de las rupturas de pareja, conllevan un elevado nivel de sufrimiento, se asocian a ideas de fracaso, con pérdida de autoestima, de seguridad personal, ansiedad respecto al futuro inmediato, dudas sobre si podría haberse evitado y otras consecuencias psicológicas.
También es cierto que, para un gran número de casos, la ruptura pone fin a una situación de estrés prolongado, lo que lleva a la aparición de una depresión de grado o intensidad variable.
Si bien es cierto que, tal y como exponía hace años un experto en Relaciones de Pareja, “estar mal casados puede ser malo para la salud”, la realidad es que las personas que mantienen una relación afectiva de pareja manifiestan unos niveles de salud superiores a quienes no la tienen.
Por supuesto, las relaciones de pareja deben ser mutuamente satisfactorias ya que, en caso contrario, el estrés que conlleva una convivencia problemática afecta a la salud física y psicológica de las personas, afectándoles en todos los ámbitos de sus vidas.